Donde habitan "los migalas"

Donde habitan "los migalas" (De cuentos y arañas)

domingo, 26 de febrero de 2017

Los mundos de Dios (3)

La tierra

Despertó con el cuerpo tenso y la cabeza embotada, pero con una idea clara en la cabeza. se vistió y llamó a  Morbius
- ¿Doctor?
Cuando éste se conectó pudo ver que vestía una bata de lana y presentaba un aspecto ojeroso.
- ¡Vaya!, creo que he sido bastante inoportuno.
- No, no se preocupe, debe de tratarse de algo importante.
- La verdad es que no................lo siento, ni siquiera se que hora es.
- Pues las 4 de la mañana, pero bueno, ya que estamos, dígame de que se trata.
- Tengo que ir a la tierra.
- ¿A la tierra?, sabe que desde el principio, fue el único planeta en el que se restringió el teletransporte, y es casi imposible conseguir un permiso, y menos aún con lo que está sucediendo.
- Lo se, lo se, pero recuerdo que me comentó que estaba trabajando en un motor cuántico, que podría desplazar una nave de un lugar a otro de forma practicamente instantánea.
- No es más que un prototipo.
- ¿Pero funciona?
- En teoría si............
- Pues la necesito para ir a la tierra.
Morbius negó con la cabeza.
- ¿Qué pretende encontrar en la tierra?
- No lo se muy bien, sólo se que tengo que ir y buscar a Dios.
- ¡Es usted un ingenuo!, ¿piensa que si consigue llegar a la tierra le dejarán hablar con él?, desde que se le encontró, el C.C.M. ha controlado de forma férrea todo lo concerniente a él, desde la creación de mundos hasta su naturaleza divina.
- Tengo que intentarlo.
Morbius tamborileó sobre la mesa con los dedos, mirándolos pensativamente.
- De acuerdo, pero le acompañaré, necesita un piloto, además me muero de ganas por saber si funciona mi prototipo.
- ¡Bien!, ¿Cuando partimos?
- Primero deje que me afeite y me de una ducha, ¡la tierra seguirá ahí aunque tardemos unas horas en llegar!
La NeusP10 no parecía una nave espacial, ya que no necesitaba tener forma aerodinámica para desplazarse. Lo único que le diferenciaba de una cabina de teletransporte, era el pequeño motor que utilizaba en caso de tener que realizar un aterrizaje.- Utiliza las leyes de la mecánica cuántica, es la misma tecnología que la del teletransporte; todo está conectado en el universo.
- ¡Pero esa tecnología está prohibida por el C.C.M., es un absoluto secreto!
- Nada ni nadie puede poner puertas a la inteligencia humana.
El interior de la nave era confortble y sencillo; consistía en varios sillones de cuero alrrededor del ordenador cuántico.
- ¿El niño viene con nosotros? - Le preguntó Morbius a Max.
- Si, no tengo con quien derjarlo.
Se sentaron los tres en los sillones de la nave, y Morbius introdujo las coordenadas de la tierra en el ordénador cuántico. Tras un débil zumbido, la nave se materializó entre oscuras nubes de CO2, que impedían el paso de los rayos del sol.
- Hemos llegado - anunció Morbius.
El piloto automático, hizo aterrizar la nave en las inmediaciones de Brusela, donde el C.C.M. tenía su sede.
La nave se abrió por la mitad, levantándose la parte superior a modo de escotilla.
- Será mejor que nos pongamos las mascarillas - dijo Morbius - parece que la atmósfera del planeta ha cambiado en los últimos tiempos, ¡No es el paraíso que nos venden!
Avanzaron entre una niebla oscura y fuertes ráfagas de viento, intentando guiarse por un localizador.
-¡ Maldita sea!, ¡no funciona! - gritó Morbius -¡los satélites no están operativos!, volvamos a la nave.
Ya en la nave, se quitaron las mascarillas, y morbius manipuló el ordenador.
- Las concentraciones de CO2 hacen inviable la vida  en la superficie del planeta.
- ¿Quiere decir que no hay nadie aquí?, ¿Y el C.C.M.?, ¿Y Dios?
- El planeta parece abandonado, y lleva así mucho tiempo.
- ¿Y el teletransporte?, ¿y los comunicados del C.C.M. ?
- Deben tratarse de procesos automatizados, he localizado una potente emisión de ondas cuántica que procederán seguramente de la central de teletransportación. Iremos allí.
La nave se elevó sobre la ciudad abandonada utilizando los propulsores, y recorrió 14 kilómetros hasta el lugar de donde procedían las emisiones.
Se trataba de un edificio octogonal con una gran azotea en la que descendieron. Las fuertes ráfagas de viento, complicaron el aterrizaje. Allí encontraron una puerta metálica, que forzaron con el láser. Descendieron una angostas escaleras con evidentes signos de abandono, alumbrados por una linterna. Tras recorrer varios pasillo, se encontraron con otra puerta metálica, también cerrada. Al forzarla, saltó una estridente alarma, entre cegadoras luces rojas intermitentes; 2 planchas de acero bajaron del techo cortándoles el paso.
- Creo que nos han atrapado - dijo Morbius.
El niño agarró con fuerza la mano de Max.
- Tranquilo.
Morbius se acercó a la plancha de metal.
- Es un sistema un tanto anticuado - señaló.
- Pero efectivo, y al menos implica la presencia de signos de vida.
- O de un sistema automatizado.
De pronto una de las planchas se levantó: En frente se encontraron con un hombre bajo de barba lacia y origen oriental. Era mayor, y su aspecto severo. Les apuntaba con un lanzallamas.
- ¿Quienes sois?, ¿qué hacéis aquí?
- Venimos en una nave, queremos hablar con el C.C.M.
- la expresión seria del hombre se convirtió en una sonrisa, que culminó en una estruendosa carcajada. Cuando se calmó, se secó las lágrimas de los ojos y bajó el cañón del lanzallamas.
- ¡El C.C.M.!, ¡no queda ni rastro de esos bastardos!, ¡venir, venir!
Les llevó por intrincados pasillos hasta un ascensor en el que bajaron varios pisos. Al abrirse de nuevo las puertas, a Max le pareció que se habían teletransportado lejos de allí: Se encontraban en una extravagante mansión de lujo decorada con jarrones de la dinastía Chi, cuadros abstractos, armaduras medievales, muebles barrocos del estilo Luis XV, y hasta un tigre de bengala disecado.
- Este es mi hogar - les dijo el hombre con aire satisfecho - un compendio de todas las culturas de la tierra. ¡No es magnífico!
- ¡Extraordinario! - exclamó Morbius asombrado.
Pasaron por el extravagante museo admirando las extrañas piezas que contenía. El niño se acercó a un sarcófago abierto que contenía una momia; Max hacía sonar una cítara india.
- ¿Como ha conseguido todo esto?
- En un planeta abandonado, y con la tecnología del teletransporte, fue muy sencillo; pero no son más que baratijas, la verdadera riqueza está aquí - se señaló la sien.


domingo, 12 de febrero de 2017

Los mundos de Dios (2)

Morbius

Max cogió el trozo de hielo con unos guantes para evitar la contaminación  lo puso en el lector de la máquina. Después de leer los resultados, pulsó el botón de grabación; "Informe 3xT sobre las estatuas de hielo de Níbide: Como cada 10 años, el 1 de noviembre, fecha terrestre, las estatuas de hielo talladas por los maestros artesanos de Níbide, cobran vida. El resultado el análisis del hielo concluye que tiene la estructura hexagonal característica del cristal, sin encontrar ningún otro componente que explique la vivifcación del hielo. Fin del informe.

Los soles artificiales e Hergoz se fueron apagando paulatinamente hasta convertirse en lunas plateadas que mostraban la fase lunar correspondiente a la fecha en la que se encontraban.
Max estaba cansado. Acostó al niño y se tomo un te mientras repasaba los últimos informes en el ordenador. No encontraba ninguna relación entre la desaparición de los mares de Anagios, las setas gigantes de Orbruc, o los desórdenes temporales de Fausto; lo único que los conectaba, era la absoluta falta de lógica de los fenómenos.
El sonido de una alarma le indicó que tenía una visita holográfica; la avispada figura de Morbius apareció en el receptor.
- Bienvenido doctor - dijo Max
- Bienhayado amigo, se le ve cansado,
- No he dormido mucho.
- Perdone entonces, vendré más tarde.
- No, no, no se preocupe, estoy desvelado.
- Demasiadas cosas en la cabeza - Max asintió - pues le traigo una más; en Serfol han cortado el teletransporte.
- Como ocurrió en Baling.
- Lo que significa: Fenómenos paranormales descontrolados.
- ¿No fue en Serfol donde las mascotas se volvieron salvajes?
- Así es.
- ¿Qué dicen en el C.C.M.?
- Ya ni se molestan en dar explicaciones.
Max tecleó algo en el ordenador
- Con Serfol son ya 6 los mundos incomunicados. Se están extendiendo los fenómenos.
- ¿Sabe algo curioso?, según mis estudios, la energía oscura del universo está disminuyendo. ¿Cree que puede haber alguna relación?
- Puede ser, no soy científico.
- Yo si, pero los fenómenos paranormales quedan fuera de toda lógica científica.
- ¿Porqué le interesa entonces mi trabajo?
- Porque soy humano - respondió sonriendo - y está claro que los hombres no somos seres racionales, aunque pretendamos serlo. ¿Y usted, porqué eligió un planeta como Hergoz para vivir?
- Me siento seguro aquí. ¿Sabe?, de niño había una idea que me obsesionaba: El infinito; ¿Qué hay mas allá de mi casa?, ¿y de mi país?, ¿y de mi planeta?, ¿y de la galaxia?, ¿y del universo?,...........Y si hay algo, ¿Qué hay más allá de ese algo?
- ¿Y lo ha encontrado?
- Aunque lo encuentre, siempre habrá algo más allá.
- Veo que le sigue obsesionando el tema. El infinito es un concepto imposible para la ciencia.
- Por eso me interesan los fenómenos paranormales.
- Bueno, le dejo descansar, tómese algo y duerma, es lo que necesita.
- Las drogas no me van, prefiero la meditación.
- Bien, bien, estaremos en contacto.
- De acuerdo doctor, Gracias.
Morbius se despidió con un gesto de la mano, y la comunicación se cortó.
Fue a la habitación del niño; estuvo un buen rato observándolo, dormía profundamente.
Se tumbó en su cama e intentó ordenar sus pensamientos sin conseguirlo, hasta que el cansancio y el continuo murmullo de las máquinas del planeta robot, le hizo caer en un agitado sueño.

domingo, 5 de febrero de 2017

Los mundos de Dios (1)

Los gigantes de hielo

Max sabía que en Mínibe estaban prohibidos los niños, pero no podía dejarle aquí en Astur, era un planeta peligroso. No tenía tiempo para llevarle a ningún otro mundo, ya que las estatuas de hielo cobrarían vida en breve, como lo hacen cada 10 años.
Cogió al niño de la mano y e metieron en la cápsula de teletransporte; a esa hora apenas había gente haciendo cola. Se sentaron en los asientos y esperaron a que la luz se pusiera verde.
- A Mínibe - dijo Max.
Un zumbido fue todo lo que se produjo antes de que los 2 cuerpos desaparecieran. La luz roja de la cápsula dejó de parpadear, y los 2 cuerpos se materializaron, pero no era la misma cápsula; esta se encontraba a 20 años luz de Astur, en Mínibe.
Max esperó inquieto el sonido de alguna alarma por la presencia del niño, pero nada sucedió.
- Vamos - le dijo al abrirse la puerta. El niño tiritaba, hacía frío.
Max sacó un spray del bolsillo interior de su cazadora, y le roció con él por todo el cuerpo. Se roció él también, y volvió a guardar el spray. La sustancia que contenía formó un vacío que les aisló por completo del exterior, conservando su calor corporal.
- ¿Estás mejor? - le preguntó al niño. éste le sonrió, asintiendo con la cabeza.
La ciudad estaba desierta. Sabía que los inspectores del C.C.M (Comité Creador de Mundos) les observaban a través de las numerosas cámaras, y que les interceptarían de inmediato; pero nada sucedió.
Se teletransportaron sin demora hasta el pabellón de muestras, donde los escultores daban los últimos toques a las espectaculares estatuas de hielo que presentarían en el concurso anual.
La gente esperaba ociosa en los bares la apertura de la zona de exposición, donde se adivinaba un gran ajetreo.
Se habían programado varios pases en el ampliado pabellón, colocando gradas para más de 2000 personas. Max se sentó con el niño en las gradas mas bajas, La temperatura era de -4 C para la perfecta conservación de las esculturas. Estas, situadas en plataformas móviles, desfilaban por delante de las gradas. Representaban en su mayoría imágenes de la mitología nórdica; algunas llegaban a medir 9 metros de altura, y estaban esculpidas con exquisita precisión: El dragón Nidliog, Veorfolnir el halcón encaramado sobre El Arbol de la Vida, Thor golpeando el suelo con su martillo,..........
Max observaba indiferente el espectáculo, mientras el niño tenia los ojos muy abiertos, y las pupilas encendidas por la emoción.
Al terminar, los espectadores fueron abandonando las gradas poco a poco. Max y el niño se quedaron sentados. Miró el reloj: Quedaban 6 horas para la media noche, ahora tenía que buscar el lugar donde se realizaría el desfile que él había venido a ver; no debería estar muy lejos, pensó, por la dificultad de trasladar las estatuas. Había visto que las plataformas móviles que las transportaban se habían dirigido al almacén del pabellón, donde normalmente se guardaban. Se dirigieron hacia allí, le sorprendió no ver por allí ningún agente del C.C.M..
El almacén se encontraba cerrado, pero por una ventana se podía ver en su interior: ¡estaba vacío! Extrañado, cogió al niño de la mano y rodearon el almacén. Encontraron un arcaico ascensor, que debería denominarse descensor, ya que descendía hacia las entrañas de la tierra. Pensó que un teletransportador hubiera sido detectado de inmediato por los Cremens (agentes del C.C.M.)
Apretó el botón de llamada; un sonido hidráulico le indicó que la cabina estaba subiendo. Se abrieron las puertas y entraron; el niño, con expresión asustado era incapaz de moverse.
- No pasa nada - le dijo Max agarrándole la mano - parece seguro.
Las puertas se cerraron, y el ascensor bajó. Pasaron 20 minutos hasta que se volvió a parar, en los que la ansiedad de los ocupantes se disparó alarmantemente. Se volvieron a abrir las puertas; se encontraron en un corredor con las paredes y el suelo tapizados de terciopelo rojo, bajo un techo que irradiaba luz amarilla. Al final había una puerta con lector de retina. Se acercaron a la puerta, y Max aproximó uno de sus ojos al lector; la puerta se abrió.
Las estatuas se encontraban allí; el suelo del almacén era un enorme montacargas que había descendido hasta ese lugar. Alrededor de ellas, numerosos corros de personas, bebían, fumaban y charlaban animadamente. Un hombre de color se acercó a Max; chocaron las manos.
- No deberías haberle traído - le dijo señalando al niño.
- No he podido dejarlo en ningún otro sitio, ¿Qué tal, Bart?
- Bien, bien, ¿vas a apostar?
- Creía que el dinero ya no tenía ningún valor.
- En el mercado negro si, ¡deberías salir más!, vanos a tomar algo.
Se acercaron a una de las barras del bar; la débil luz fluorescente que emitía, resaltaba en la penumbra que envolvía el lugar. Max cogió un vaso alargado con un licor morado.
- Yo prefiero un buen Bourbon, -dijo Bart cogiendo un baso bajo - veo que sigues con tus paranoias pseudocientíficas, ¡rélajate, hombre!
- Y yo veo que sigues sin tomarte nada en serio.
- La vida son 4 días.
Bart le dio un refresco al niño; "gracias" dijo éste sonriendo.
- ¿Tu hermano sigue de Cremen?
- No le echaron, algo importante debió pasar, echaron a muchos.
- No he visto ninguno arriba.
- ya no les hace falta, ¡está todo informatizado!, no me extrañaría que nos hubieran implantado un chip en el cerebro. Espera un momento - dijo Bart acercándose a un tipo gordo y sudoroso con abrigo de pieles y gafas oscuras. Los hombres que le acompañaban, altos y rubios, mostraban tatuajes en todas las partes visibles de su piel. Se dieron la mano, e intercambiaron algo. Bart no dejaba de sonreír, contrastando con el semblante grave del hombre gordo.
- Bueno, listo - dijo al volver junto a Max
- Tener relaciones con la mafia rusa no es nada recomendable.
- Son los que controlan el negocio de las apuestas.
- ¿Ellos han montado ésto?
- Está claro que no, Hay muchos intereses ocultos.

La escasa luz que alumbraba el lugar bajó aún más de intensidad, y la música dub dejó de sonar. Lo que se iluminó fueron las estatuas de hielo. Una pantalla circular de energía se activó alrededor de ellas; eran las 24´00 horas. La gente se acercó a la pantalla de energía, todos observaban expectantes las esculturas; los crujidos de hielo anunciaron los primeros movimientos: Thor levantó su martillos sobre su cabeza mientras se incorporaba, pero antes de que lo hiciera, Fenrir se abalanzó sobre él, fustigado por la valkiria que lo montaba. Thor cayó de bruces, pero rodando a una velocidad inverosímil para su tamaño, consiguió evitar la espada de hielo que empuñaba la valkiria. Con la misma velocidad, golpeó la cabeza del lobo con su martillo, rompiéndola en mil pedazos. Mientras, Nidliogg, intentaba evitar un nuevo ataque aéreo de Veorfolnir, que ya le había arrancado una de sus cabeza con las garras. La gente gritaba entusiasmada alrededor de la pantalla de energía, la música dub volvió a sonar, con mayor intensidad; se desató el delirio. Max abrazó al niño, apoyando su rostro en el pecho, y se lo llevó al extremo más alejado del salvaje espectáculo, a esperar que terminara. El resultado del mismo fue un desolador paisaje de trozos de hielo diseminados por todas partes, como si un iceberg hubiera caído del cielo.
Cogió un trozo de hielo y lo metió en una bolsa térmica antes de que se derritiera.
- Vámonos - le dijo al niño - no tenemos nada más que hacer aquí.






viernes, 20 de enero de 2017

Día de San Sebastián

Llegó a las 5 a la sociedad, colgó el traje de en una percha, y se puso el delantal. Cocinar le calmaba los nervios. Puso su atención en la media cebolla que tenía sobre la tabla, la agarró con la mano y realizó varios cortes paralelos, luego la giro 90 grados y volvió a cortar lo más fino que pudo.
Empezó a llegar gente, le saludaron, bromearon, y abrieron varias botellas de sidra, en un ambiente festivo y desenfadado.
Para entonces, ya llevaba el tomate haciéndose durante varias horas, con la cebolla, a fuego lento, y los pimientos morrones, ya asados, se enfriaban enfriaban en la bandeja del horno. 
No le quedó más remedio que unirse al rumor de las conversaciones y gracias, que aumentaban de volumen a medida que se vaciaban las botellas de sidra.
Preferiría haber seguido cocinando, para no dispersar su pensamiento en el día más importante del año, peto tenía que esperar una media hora antes de meter el bacalao, ya frito, en la enorme cazuela con el tomate, para que terminara de hacerse.
Durante la cena procuró aislarse de todo lo que le rodeaba, centrándose en la textura del bacalao, que se deshacía en láminas bajo la presión del tenedor, o en el toque de acidez que le daba el punto exacto al tomate.
Cansado de declinar las copas de vino y los puros con una sonrisa, esperó a que llegara la hora de prepararse; y al fin llegó.
Colocó sobre la mesa, con solemnidad, los diversos componentes del vestuario: La elegante casaca inglesa roja y azul cuyas puntas llegaban hasta la parte trasera de las rodilla, los ajustados pantalones blancos, las altas botas, los cintos y cordones que adornaban el pecho, los guantes blancos, el sombrero de copa con ribetes dorados, y el bastón de mando.
Con la misma solemnidad se vistió, y observó minuciosamente su reflejo en el espejo, para corregir el más mínimo desarreglo.

Era una noche fría, como correspondía a un 19 de enero. Por lo meno no llovía, como solía ser habitual. 
La plaza de la Constitución se encontraba abarrotada; vestida de azul y blanco, albergaba, como todos los años, un tablado junto a los arcos que se encontraban frente a las puertas de la biblioteca. Sobre él, gastadores, abanderados, barriles, cantineras, aguadores, y músicos esperaban ebrios de emoción.
Levantó los brazos, con el bastón de mando en la mano derecha; dieron las 12 en el reloj de la plaza, y las primeras notas des himno de San Sebastián empezaron a sonar, acompañado por el fervor de de cientos de gargantas sublimadas por el alcohol; Bajó 2 veces los brazos, y los tambores atronaron con violencia: ¡De nuevo era el dueño del mundo!.

viernes, 13 de enero de 2017

Lágrimas

Dicen que las lágrimas nunca se secan, que ruedan por las mejillas y caen a la tierra, donde una fuerza misteriosa las atrae hasta un lago subterráneo que se encuentra en el centro el mundo. Cuando el lago se llena, una lágrima más lo desborda. Entonces la tierra llora; llora una sola lágrima, que queda flotando en el espacio, como una luna.

Un día lloré, lloré sólo una lágrima.
Rodó por mi rostro hasta la tierra,
donde una corriente perezosa la arrastró por el suelo hasta una cueva,
y descendió hasta el centro del mundo.

Yo la seguí hasta allí,
vi el lago que desbordó mi lágrima.

Por la noche, dos lunas alumbran el cielo.

Te fuiste, por eso lloré,
lloré una lágrima,
y aunque no estés conmigo,
por la noche, en el cielo, te veo brillar.

jueves, 8 de diciembre de 2016

El viaje imaginario (4)

Saco el móvil de mi bolso e introduzco en el GPS el nombre de la calle donde se encuentra la casa desde la que me mandaron la carta. Está a dos horas y media de allí a pie. ¡No pienso coger otro taxi!, salí ileso la vez anterior, y no voy a volver a jugármela. Ni tampoco me llevarán en esos contenedores de animales que llaman autobús. Así que con la vista pegada en la pantalla del móvil, voy siguiendo las indicaciones del GPS.
Si mi mente estaba agotada por la terrible ansiedad sufrida, ahora era mi cuerpo el que no respondía, agarrotado por el esfuerzo físico realzado tras más de 2 horas de caminata. Pero había llegado hasta allí, y no desistiría ahora.¡Y lo logré!, según el GPS, me encuentro en el 224 de Fame street, ¡mi destino!
Alzo la mirada, ¡Hay un chino! No me refiero a la persona de tez amarillenta y ojos rasgados, sino a los abarrotados establecimientos de todo a 1 euro (lo que no es cierto) que regentan.
Entro y pregunto por María al hombre de origen oriental que se encuentra viendo vídeos de You-Tube  en el ordenador. Me mira con expresión pasmada y me hace indicaciones con la mano para que me dirija a uno de los estrechos pasillos con estanterías llenas de figuras de vírgenes y santos que se iluminan con pequeñas bombillas multicolores. Está claro que no ha entendido nada de lo que le he preguntado. Salgo de allí completamente frustrado.

En estado de trance, y con mi cuerpo y mi mente fundidos como un motor al que se le ha sometido a un voltaje superior, deambulo por la ciudad, hasta llegar a uno de sus antiquísimos muelles.
Allí parece que el tiempo no ha pasado, y quizás sea así, porque me siento como un niño llamando a su mamá.
Entonces una gaviota coge mi sombrero y se lo lleva volando. Por un momento, veo sin reaccionar como el ave se aleja con  mi sombrero, pero la imagen de mi incipiente calvicie como un agujero negro en medio de mi cráneo, me hace reaccionar.
Sigo a la gaviota con la vista hasta una playa próxima, en cuya orilla deja el sombrero para perseguir pequeños cangrejos con el pico.
Voy hacia allí, presintiendo que es lo único que puedo hacer. Me remango los pantalones para no mojarme los bajos  con el suspiro de las olas que mueren en la arena. El sombrero, arrastrado por el agua da vueltas y vueltas hasta quedar de nuevo atracado. hay algo, la recojo; está tapada con un corcho, y dentro hay un papel enrollado. La abro y saco el papel; es un mensaje idéntico al que me llegó a mi casa, la misma caligrafía, el mismo olor a vainilla,..........................
Me quito la ropa y la dejo cuidadosamente doblada junto a la maleta. La botella venía del mar, y hacia allí me dirijo, aunque éste trate de persuadirme embistiéndome con dulzura. Viendo mi tozudez, me engulle por completo, mientras continúo el viaje, siguiendo la cálida voz femenina que pronuncia mi nombre.

martes, 6 de diciembre de 2016

El viaje imaginario (3)

Recoger el equipaje fue una de las experiencias más traumáticas de mi vida; ver salir maletas y maletas sobre la cinta transportadora, la gente remolinándose alrededor de ellas, ¿donde estaba la mía?, ¿y si alguien la confunde con la suya?, ¿será aquella que está al lado de la roja?, ¡Dios, como pude olvidar atarle un pañuelo para distinguirla!, creo que es esa, ¡no estoy seguro!, tengo ganas de salir corriendo. En un alarde de decisión, me acerco a empujones hasta la cinta y alargo la mano para coger mi supuesta maleta; cuando la tengo ni siquiera me cerciono de que es la mía, la agarro con todas mis fuerzas y me voy lo más rápido que puedo sin mirar atrás. Una vez fuera del aeropuerto, me siento en un banco, con la maleta al lado, para recuperar el ritmo normal de mi respiración.

Miro a mi alrededor, a pocos metros hay una parada de autobús. Allí, espero unos minutos y me monto en el primer autobús que para. Le pregunto al conductor si a la estación del tren, y me responde, en castellano, muy amablemente, que me avisará cuando lleguemos allí.
Dándole las gracias. avanzo entre las personas que se encuentran en el pasillo del autobús, ante la insistencia de la persona que subía detrás mío a que me moviera. Sin alejarme mucho, me quedo encajado entre un fornido negro sudoroso, y una mujer gorda cargada de bolsas,  como si fuera una pieza de tétrix. El negro, me clava el codo en la oreja al hablar con el móvil, mientras la mujer gorda hace grandes espavientos, gritando como si estuviera en una tómbola, al charlar con la chica sentada a su lado. El olor a humanidad es insoportable; ¿Porqué diablos nadie abre la ventanilla!, ¡me estoy cociendo a fuego lento!
Veo que todas las miradas se dirigen a mi; el autobús se a parado, y el conductor me hace gestos con la mano. debe de ser mi parada, ¡por fin! Me abro paso entre la gente, que no creáis que hacen mucho esfuerzo por dejarme pasar, y disculpándome, a empujones, consigo bajar del autobús.

Efectivamente. me encuentro en la estación London Brighton, donde se coge el tren para Bridge, como me explicó el solícito conductor del autobús.
No tengo que esperar mucho, en media hora vendrá mi tren. Me siento en un banco del andén. Es extraño, pero siento que hay una fuerza que me ha guiado hasta allí, y que sigue arrastrándome por encima de mis deseos.
El tren llega puntual, por lo menos parece haber ciertas pautas lógicas dentro del desorden que me rodea.
Dentro del tren no hay asientos individuales, por lo que tengo que sentarme en uno doble, que por supuesto, tiene los dos asiento libres. Dejo mi maleta en el otro asiento, para persuadir a un posible ocupante, pero no lo consigo, ¡y eso que había más asientos libres en el vagón! Un hombre bien vestido, de unos 60 años, bajo y calvo, coge mi maleta y la sube al portaequipajes; después me da la mano y empieza a hablarme. Yo le miro, sonrío y asiento con la cabeza, así durante las 2 horas y media que dura el viaje, teniendo que sacar continuamente el pañuelo de mi bolsillo para secarme las salpicaduras de saliva de mi cara.
¡No recuerdo otra situación más incómoda en toda mi vida!, bueno, quizás cuando vino aquel vendedor de seguros a mi casa, ¡pero no duró tanto!
Al terminar aquel infierno, me ofreció su mano sudorosa y se fue casi corriendo, buscando seguramente alguna otra ingenua victima.
Completamente agotado, bajé del tren, manteniendo sin darme cuenta la estúpida sonrisa en mi rostro.